Conocí a una viejecita
que por cosas del destino
un horrible acontecer
un ojo le hizo perder,
más no perdió su vida
en aquella fatidica tragedia.
Ni la amargura ni el desatino
se le plantaron a sus días,
ni encontró ninguna barrera
que continuar le impidiera,
más ganó sabiduría
para el resto de su existencia.
La dichosa viejecita
que tuerta estaba
y en su lento andar
por la calle transitaba
veía un mundo
al de todos distinto.
Me vió llorando un mal día
cuando mi alma recibió una herida,
sin dudarlo se posó frente a mí
y me regalo unas sabias palabras:
-Veme al rostro y dime sin dudar,
si acaso ves que el dolor permanece
donde solía algún día estar mi ojo-.
A.T.
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